martes, 18 de agosto de 2009

Las perlas de lady Laurence (capitulo III)

Salió del guardarropas y allí, en el pasillo estaban esperándolo Lady Laurence, August y James. Pero la señorita Joanne no se encontraba allí.

- ¿Dónde se encuentra Joanne? –bramó.

Los allí presentes, se giraron para ver a sus espaldas y se dieron cuenta de que la detective Joanne no estaba allí con ellos.

- ¿Hace cuanto que no está con ustedes? –preguntó Paul.

- Realmente no lo sabemos. Estábamos aquí y no nos dimos cuenta de

que ella se había ido. –contestó August.

Paul y August bajaron por las escaleras y se dirigieron a la puerta de la cocina.

- Nos dividiremos. Yo iré por el camino del laberinto. –señaló el detective.

- Bien, yo por la parte trasera de la casa. –apuró August.

Ambos se desearon buena suerte, aunque no sabían muy bien porqué, y se dirigieron en direcciones contrarias.

Paul caminó por ese húmedo camino dirigiéndose hacia el laberinto de la entrada. Hacía mucho frío ese día y había mucha niebla, casi no podía verse los zapatos. Caminó bastante tiempo y, finalmente se encontraba frente al laberinto más grande e imponente que jamás había visto, aunque en realidad nunca había visto un laberinto en persona. Entró con algo de entusiasmo y un poco de incertidumbre. Caminaba por uno de esos tantos pasadizos sin principio ni fin, cuando pudo percibir un ruido. Era un sonido de pisadas, y se acercaba cada vez más. Se dio vuelta y vió una sombra en el fondo de aquel pasillo donde se encontraba. Parecía la silueta de un hombre alto y robusto. Se acercó pero otra sombra llamó su atención, ahora ésta parecía una figura algo más baja y menuda. Paul se encontraba entre medio de dos pasillos, al final de uno se encontraba la sombra del hombre robusto, y al final del pasillo perpendicular la sombra pequeña, lo desconcertaba. No sabía que decisión tomar. ¿Qué hacer?, si perseguía a una de las sombras, la otra se escaparía.

Para su sorpresa, la sombra pequeña, se le acercó y gritó

- ¡Manos arriba!

La sombra comenzó a acercarse y cuando se dio cuenta, la detective Joanne estaba apuntándole con una pistola.

- ¿Qué demonios estás haciendo aquí? –gritó la detective.

- Y-yo s-solo buscaba, eh…a ti. Eso es te estaba buscando a ti.

Joanne lo miró no muy convencida. Lo ayudó a levantarse (es que se había tropezado con una piedra), y a limpiarse el musgo de la chaqueta.

- Ahora vamos, debemos salir de aquí. –dijo Joanne comenzando a

caminar.

- Si, August debe estar buscándome. –se lamentó el señor Somecrie.

Ambos detectives caminaron por un buen rato hasta que encontraron la salida, no muy lejos de donde se encontraban. Paul recordó la sombra que había visto en el laberinto y se lo comentó a Joanne. Ella pensó que podría ser el ladrón de las joyas.

Caminaban junto a la fuente cuando contemplaron una silueta junto a la puerta de entrada principal. Era alta y delgada y estaba a punto de abrir la puerta.

- ¡No! –gritó Joanne

Inmediatamente la silueta echó a correr, y los detectives detrás de ella. Atravesó el campo de flores hasta que se encontró con un enorme paredón. Joanne y Paul aparecieron de detrás de los pastos y estaban a punto de encontrar a esa sombra que tanto persiguieron, cuando se dieron cuenta de que la sombra era August.

- ¡No! ¡No me hagan nada por favor! ¡Soy August! –gritó

desesperadamente.

Paul y Joanne cruzaron sus miradas de alivio y ayudaron al pobre August a levantarse y tranquilizarse.

- Lo lamentamos mucho August. –dijo Joanne.

En seguida se dirigieron hacia la casa para ver cómo se encontraba Lady Laurence, ya que la habían dejado sola en la casa con James.

Cuando entraron por la puerta principal escucharon a Lady Laurence hablando con James acerca de “una sombra” que habían visto pasar por entre los pastos del campo de flores. Los detectives y August subieron las escaleras precipitadamente y entraron en la habitación donde se encontraban la señorita Smollett y su mayordomo.

- ¿De qué sombra estaba hablando usted señorita Smollett? –preguntó

apresuradamente la detective Undergood.

- Era una silueta pequeña que corría por entre los pastos altos del campo

de flores. Lo vimos pasar mientras observábamos por la ventana el cielo. –respondió Lady Laurence.

- Entonces probablemente, ese si debe ser el ladrón de las joyas. –se dijo a sí mismo Paul, contento por su descubrimiento.

Inmediatamente salieron ambos detectives y August pero por la puerta de la cocina, se adentraron entre los pastizales y comenzaron a buscar. No sabían bien que era en realidad lo que estaban buscando, pero cualquier cosa que encontraran les serviría como pista directa para llegar al ladrón de las joyas.

En ese momento vieron la silueta que Lady Laurence había visto con anterioridad por su ventana. Aunque esta vez, la sombra parecía muy tranquila. Caminaba lenta y pausadamente. Paul, Joanne y August comenzaron a seguirla, hasta que ésta se dio cuenta de que la estaban persiguiendo y comenzó a correr. La persecución se transformó en una verdadera carrera hacia la casa. Finalmente la sombra entró a la mansión por la puerta de la cocina. Paul se había adelantado bastante y estaba a unos pocos pasos de la extraña sombra. Ésta subió por las escaleras y se metió en el guardarropas del pasillo.

Joanne y August estaban bastante cerca también y llegaron a la casa justo a tiempo cuando Paul abrió la puerta y entró en el guardarropas. En ese mismo instante varias cosas sucedieron a la vez. Joanne y August, que estaban subiendo las escaleras, oyeron un grito que provenía de arriba. Se miraron entre sí y corrieron lo más rápido que pudieron arriba. Joanne, que iba adelante, vió la puerta del guardarropas abierta, por lo tanto entró. Allí en el suelo estaba James, que llevaba puesta una túnica marrón manchada de sangre. En una esquina se encontraban Lady Laurence con un cuchillo en su mano, Paul se encontraba parado junto a una de las sillas, con el saco negro en la mano.

- ¿Cómo estás Joanne? –dijo Lady Laurence mientras lanzaba su cuchillo contra la espalda de la detective.

August corrió lo más rápido que pudo para llegar a ver lo que sucedía. En el pasillo, yacía el cuerpo de Joanne, y al entrar en la habitación, encontró a James, sin vida, tirado en una esquina de la habitación.

En ese momento, oyó el ruido de los cascos de un caballo, corrió hacia la ventana más próxima y pudo contemplar a Lady Laurence y a Paul sentados en la carreta, saliendo de la mansión y dirigiéndose en sentido contrario al pueblo. August no pudo evitar abrir los ojos al ver las brillantes perlas en el cuello de Lady Laurence.

Las perlas de lady Laurence (capitulo II)

Una lluviosa tarde de otoño, como era su costumbre, Lady Laurence se había reunido con su vecino August a jugar póker y tomar el té. El mayordomo James estaba preparando el té en la cocina y la señorita Laurence estaba en la biblioteca con su vecino. Habían terminado su juego hacía un rato y estaban un poco aburridos. Ella llevaba puesto su collar de perlas, una falda bordo y un sweater naranja.
- Señorita Smollett me gustaría que me acompañase el sábado a la
reunión del señor Kimlet. Usted sabrá que es uno de los más importantes y poderosos comerciantes de la ciudad. Podría ayudarla con la venta de su último libro. –opinó August.
- Sí, lo sé, pero no le tengo mucha confianza a ese hombre. Todos
sabemos lo que le sucedió a Constance Baltimore la última vez que trabajó con el en la venta de su última línea de vestidos. Me enteré de ello cuando fui la semana pasada al pueblo de compras. –Se quejó la señorita Smollett
- Al parecer el señor Kimlet se quedó con el treinta por ciento del dinero y eso enfureció mucho a la señorita Baltimore. –informó su vecino.
En eso James entró en la sala con una bandeja y dos tazas azules de té en ella.
- El té está listo señorita.
De repente todo se oscureció y la señorita Smollett pegó un grito mientras se escuchaba como caían las tazas y se estrellaban contra el suelo.
A los cinco minutos las luces volvieron a encenderse. James ya no estaba y las tazas estaban en el suelo. Lo peor fue cuando Lady Laurence se dio cuenta de que le faltaba su collar de perlas.
- ¡Aaaaaah! ¡Mis joyas! –gritó sorprendida la señorita.
- ¡Por el fantasma de Oscar! Eso no es posible. –dijo sorprendido August
- ¿Quién se las habrá llevado? –indagó Lady Laurence.
- No lo se, pero lo tenemos que averiguar. Hay que llamar a un detective.
–dijo desesperadamente August.
- Llamaré a los dos mejores detectives de Inglaterra: Paul Somecrie y
Joanne Undergood. Un amigo mio me los recomendó por si alguna vez los necesitaba.
- Bueno, aquí tiene.-dijo rápidamente August mientras le alcanzaba algo
de papel y una pluma.
La señorita se puso a escribir las cartas y se las entregó a August para que las llevara al correo, que no se encontraba tan lejos.
“Para mañana habrían recibido la carta y vendrían” pensó. Y así fue.
Al día siguiente Paul fue el primero en llegar. Atravesó el largo y estrecho camino para llegar de la carretera a la mansión. Había mucha niebla y no se veía casi nada. Llegó a la enorme y monumental reja de 3 metros y atravesó el angosto caminito entre el laberinto y la fuente. Tocó la puerta y lo atendió un hombre de unos veinticinco años aproximadamente, vestido con un bonito traje de cola negro y una corbata azul oscuro.
- Ah, usted debe ser el detective Paul Somecrie que Lady Laurence
llamó ayer por la noche. Pase por favor. –invitó.
- Gracias. –dijo el detective mientras entraba en esa enorme mansión.
Lo condujo a la oficina donde se encontraba Lady Laurence por la escalera del lado derecho. Entraron en la cálida habitación y la señorita estaba sentada en su silla de escritorio.
- Buenas tardes detective Somecrie, es un gusto conocerlo. –manifestó la
señorita.
- El gusto es mío señorita. Es un placer servirle. –contestó el señor
Somecrie.
La señorita Smollett le dio un pequeño resumen de lo que había sucedido la tarde anterior y que James aún seguía desaparecido, lo que le preocupaba más que sus joyas.
- James ha sido mi mayordomo desde que tengo memoria y no se que
haría sin él. –se lamentaba Lady Laurence.
- No se preocupe señorita. Voy a encontrar a su mayordomo y a sus
joyas. –prometió el detective.
En ese momento, alguien tocó la puerta y August salió de la habitación. Al rato regresó con Joanne, la segunda detective.
- Buenas tardes a todos. Quisiera presentarme. Soy la mujer policía y
detective Joanne Undergood. Usted es la señorita Smollett ¿no es
así? –se presentó
- Si, así es. Bienvenida. El es el detective Paul Somecrie. –la recibió la
señorita.
- Un gusto detective Joanne. ¿Es usted inglesa?- preguntó con algo de
interés Paul.
- Si. Mi padre era francés y mi madre inglesa, pero nací aquí en
Inglaterra. –contestó despectivamente la señorita Undergood.
- Entonces supongo que sabrá francés.
- Claro que sí. Y también se portugués, español y un poco de italiano. –se
jactó la detective.
- Entonces nos servirá de mucha ayuda.
En ese momento Lady Laurence y August se miraron mutuamente. Había notado que era casi evidente que ambos detectives se conocían de antes y no habían tenido una muy buena experiencia.
Lady Laurence invitó a los detectives a que tomaran el té con ella y así les daría una explicación algo mas detallada de lo sucedido la tarde anterior.
- Entonces debemos hacer una investigación de la casa. Dígame Lady Laurence, ¿Dónde exactamente estaban ayer por la tarde cuando la luz se cortó?- Preguntó Paul
- Bueno, yo estaba sentada en el sillón de allá, y August estaba parado junto a la biblioteca. Estábamos hablando de…de el señor Kimlet y su negocio, cuando James entró con una bandeja en la mano y las tazas de té en ella. “El té está listo señorita” fue todo lo que alcanzó a decir y allí todo se oscureció. Yo grité y…y a los pocos segundos la luz volvió y James ya no estaba. Sólo encontramos las tazas rotas en el suelo. –explicó la dueña de casa.
- Bien. Entonces tenemos que el señor James estaba aquí y, si seguimos
el camino por el que una persona normal iría de la puerta al pasillo, nos encontramos con… ¡esto! -Gritó Paul mientras señalaba la puerta de un armario donde Lady Laurence guardaba algunos abrigos, paraguas y mantas.
- Ese es mi clóset. ¿Qué le hace pensar que James pueda estar allí?
-Observó la señorita con cara de asombro.
- Yo no digo que su mayordomo esté aquí.- dijo abriendo la puerta y
corriendo los abrigos. – Sino aquí.- dijo señalando una puerta detrás de los paraguas.
- ¡Por el fantasma de Oscar! – gritó August.
Paul se metió por esa puerta, caminó unos pasos y…allí estaba James. Tenía los ojos vendados y estaba sentado junto a una pared, amordazado.
- ¡James! – gritó Lady Laurence y corrió hacia él.
- ¡Por el fantasma de Oscar! – August no lo podía creer
El detective Paul continuó caminando a través de ese oscuro túnel que, según sus suposiciones, se debía tratar de alguna cueva que desembocaba en algún lugar extraño de la casa. Continuó caminando un poco más y se encontró con una pequeña puerta, entró en una habitación de dimensiones muy pequeñas donde en el centro había una mesa y un par de sillas. Encima de la mesa había una baraja de cartas y una taza de café, y de una de las sillas colgaba un saco negro. Esto desconcertó bastante al detective, pero decidió no decir nada a nadie, sólo para no alarmar demasiado a la señorita Smollett.

Las perlas de lady Laurence (capitulo I)

Lady Laurence Anthoniete Smollett, vivía sola con su mayordomo James.

Su mansión se ubicaba en la campiña inglesa, su vecino vivía bastante cerca en una casa estilo campestre. Era la mansión más grande, hermosa e imponente que se había visto. Tenía una enorme reja de tres metros de alto, que la separaban de la carretera. A la entrada del jardín, había un verde y húmedo laberinto. Al otro costado una hermosa fuente con una estatua de pez. Desde allí se podía ir directo a la casa. Ésta estaba rodeada de campo, a su izquierda había un gran jardín de flores (porque era la vista de casi todas las ventanas de la casa) y un pequeño jardín de manzanales. Detrás de la casa había un granero, vivienda de algunos animales, y a su costado un gallinero. El resto era todo campo, pistas de carreras de caballos, campos de naranjos y limoneros; incluso había una huerta. Todo en lo que concernía a los animales, la limpieza, la huerta, recoger las frutas, etc., se encargaban el mayordomo y el vecino, August.

Al entrar en la casa, había una gran alfombra que cubría todo el piso del recibidor. A los costados había dos escaleras que arriba se conectaban y daban a un gran pasillo. Había ochenta y tres habitaciones, de las cuales sólo cuatro se utilizaban constantemente: la habitación de Lady Laurence y la de su mayordomo, la biblioteca salón de música y la oficina. En el recibidor había, además, un reloj de pie antiguo y un enorme retrato de Lady Laurence con su yegua. Al costado, estaba la cocina, que tenía un enorme depósito de vegetales y frutas, un horno de pan gigante y cientos de estantes con cientos de frascos, sartenes, platos y copas –es que el techo era lo bastante alto como para aprovechar las paredes-. Una mesada de cuatro metros de largo y a su lado una puerta que daba al campo de flores y a la piscina exterior.

Por el otro pasillo, se iba al salón principal. Ésta era la sala más grande de la casa, tenía un gran ventanal, un sofá cama y un megáfono con varios discos de música en un estante. En el centro había una enorme mesa de algarrobo. El salón se utilizaba, generalmente, para los grandes bailes y conferencias que daba Lady Laurence. Desde el salón se podía ir a la piscina interior. Era una hermosa y enorme piscina de mosaicos celestes y negros. Las paredes también revestidas de mosaico negro, tenían huecos en donde se colocaban estatuas de mármol y grandes macetas con flores intercaladas. La piscina tenía dos trampolines de diferente altura y diez metros de profundidad.

Lady Laurence era una señorita muy seria y elegante. Vestía largos vestidos de colores oscuros y largas polleras con swéters durante el invierno. Siempre estaba a la espera de lo último en la moda. Ella y su vecino tenían la costumbre de juntarse todos los jueves a jugar póker en su casa. Los sábados arreglaban el jardín y los domingos iban los tres a la misa.

Muchas personas pensaban que Lady Laurence era una de las personalidades más importantes de Inglaterra, y así era. Era famosa por sus libros y era reconocida por montones de personas en Inglaterra como la mejor escritora de novelas románticas. A pesar de dedicarse a escribir novelas de este tipo, ella pensaba que el amor no era algo muy importante y que estaba muy bien en su vida de soltera. Pues tenía todo lo que una mujer necesita: una enorme casa, un mayordomo fiel, vestidos, y joyas, muchas joyas. Porque además, Lady Laurence era muy reconocida por su famoso collar de perlas. Este era su favorito y lo usaba en todas las reuniones importantes a las que acudía usualmente. Las acompañaba con un hermoso vestido largo y una capa de piel. Eran sus favoritas y no se las quitaba casi nunca.